Alexander Fleming siempre se mostró interesado por la investigación de infecciones generadas por heridas, por lo que no resulta de extrañar que estuviera trabajando en ello cuando se produjo su gran descubrimiento.
Al volver de unas vacaciones, se percató que en una serie de muestras de estafilococos que había dejado olvidadas en su laboratorio durante su último cultivo, había comenzado a crecer otra bacteria desconocida, la cual había inhibido, mediante la segregación de una sustancia, el desarrollo de la original, es decir, el estafilococos.
Al investigar acerca de ella, descubrió que pertenecía a la especie denominada Penicillium, por lo que decidió llamarla "penicilina". Así, decidió centrarse en aquella bacteria que hasta aquel momento había permanecido aparentemente desapercibida para la humanidad (¿o no?*), desarrollando un mayor número de experimentos sobre ella, y descubriendo finalmente que ésta era capaz de anular, no sólo al estafilococos, sino también a infinidad de bacterias que causaban infecciones (la mayoría de los casos mortales) a la población del momento.
De este modo, la penicilina pasó a ser la iniciadora de los antibióticos, ya que éstos se pueden obtener gracias a ella, y han supuesto la salvación de millones de vidas (no sólo humanas) desde su creación a partir del increíble descubrimiento que nos ocupa y que, afortunadamente, debido a su relativa simplicidad, ha hecho posible la creación de penicilinas sintéticas**.
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